El 22 de marzo nuestra comunidad educativa vivió con alegría y agradecimiento la primera Eucaristía presidida por el Padre Asdrúbal Muñoz Sch.P., quien fue ordenado presbítero en Saraguro, Ecuador, el 3 de marzo.
El 22 de marzo nuestra comunidad educativa vivió con alegría y agradecimiento la primera Eucaristía presidida por el Padre Asdrúbal Muñoz Sch.P., quien fue ordenado presbítero en Saraguro, Ecuador, el 3 de marzo, de manos de Monseñor Alfredo José Espinoza, Obispo de Loja.
Queremos compartir con ustedes las palabras que el Padre Asdrúbal compartió ese día durante la homilía:
Primero que nada, solo quiero dar las gracias. Dar las gracias por estar acá. Lo que nos convoca acá es algo mucho más grande que las clases, mucho más grande que la vida de este padrecito que está acá al frente de ustedes, lo que nos convoca acá es la vida de Jesús.
Por eso es por lo que yo les quiero dar las gracias. Por la vida de ustedes, la vida que desde siempre a ustedes mi Diosito les da.
Lo segundo es que vengo a contarles la vida de un joven. La historia de un joven que de chiquitico la mamita le cultivaba en el corazón y le daba ánimos; le decía palabras dulces en el corazón a pesar de que vivían problemas. A pesar de que nada más ella solita estaba criando a tres hijitos. Y le daba palabras de aliento y de ánimo. Y en la medida en que este jovencito iba creciendo iba descubriendo que la vida tiene un sentido que uno tiene que vivir. Pero a la medida también que fue creciendo cuando ya estaba medio adolescente también iba diciendo como: «Ah, como que Dios no existe» y lo iba sacando del corazón.
¿Sí o no que los chiquitos saben dónde habita Dios? En el corazón. Porque en el corazón nosotros podemos escuchar cómo es lo que Dios está diciendo y ahí nosotros nos sentimos amados.
Y ya este adolescente que estaba queriendo sacar a Dios del corazón y lo estaba poniendo por fuera —y que incluso estaba todo renegado— fue descubriendo que había personas distintas a lo que el mundo iba haciendo. Iban contra corriente del ambiente. Y en este ir en contra corriente del ambiente él descubría que se vivían felices. Y eran alegres. Y se ponían al servicio de las personas. ¿Quiénes eran? Eran unos padrecitos escolapios.
De ese modo le fueron calentando el corazón y le fueron diciendo palabritas en su corazón que le permitieron descubrir que tan solo Dios lo puede querer a través de las personas. Y él se sentía amado desde ese modo: veía cómo su mamita lo quería, veía cómo sus compañeros lo apreciaban.
Ese joven se descubrió amado y se sintió amado y, como suele decir el Padre Jaime, se descubrió como un diamante, y en ese descubrirse como diamante bonito descubrió su sentido a la vida. Es decir, descubrió su vocación.
Ese jovencito del que les estoy contando, que desde chiquito tenía a Diosito en su corazoncito y que de joven pensó en cómo lo sacaba de su corazón por los problemas que había en la vida, se llama Asdrúbal Muñoz. Ese jovencito, que lo tienen aquí parado, tomó una opción de vida. Y esa opción de vida fue ver cómo las personas podemos hacer contra corriente contra el ambiente, contra lo normal que nos pone la sociedad.
Cuando me ordenaba ese monseñor que ustedes escucharon al inicio, este monseñor a mitad de la Eucaristía decía: «he ordenado como a 24 sacerdotes, 23 o 24 sacerdotes y ninguno ha estado sonriente como este joven que está acá». Y a los que yo les suelo dar clase les suelo decir lo siguiente: yo no sé por qué en la vida nos empeñamos en estar tristes. Yo creo que ya el mundo está bastante lleno de tristeza y lo que nosotros, lo que mi Diosito nos pide adentro es que nosotros estemos alegres. Es verdad que tenemos problemas. Es verdad que hay dificultades. Es verdad que entre amigos nos peleamos. Es verdad que en casa se pelean con sus papás. Es verdad que me fue mal en la evaluación de matemáticas, de lenguaje… Pero no podemos poner nuestra felicidad ahí. La felicidad es mucho más grande.
Y la felicidad está adentro. Porque la felicidad irradia más. No podemos seguir contaminando este mundo de tristeza. Esto es lo que yo les vengo a decir. Desde chiquitos van a descubrir como Jesús todavía es inocente frente a ustedes. Y cómo les llama a que no pierdan sus niñez. Y los de sexto, séptimo, octavo, noveno, décimo y once, vayan descubriendo su vocación. A qué se sienten llamados.
Quizás nuestra vida, lo que nos pide Diosito, es que transformemos este mundo que a veces está vuelto nada. Con nuestros dones, nuestras cualidades, con el servicio de ser sacerdote, con el servicio de ser religioso, de maestro, maestra de matemáticas, con el servicio de ser enfermera, de ayudar a mantener limpio este colegio. ¿No será que nos invita a transformar este mundo?
Y no podía faltar una cuñita comercial, para terminar. Miren: la vida escolapia es bonita. Ustedes dicen: los padrecitos son aburridos. Miren cómo uno se siente amado y querido por las personas. Quizás ustedes no vieron, pero varios niños de cuarto se botaron a saludarnos a Jaime y a mí. Nos sentimos amados. Y ese amor nos hace poner en común todo. Donde nada es nuestro. Donde todo lo nuestro es suyo. Y nuestra obediencia a Diosito es amarnos al cien por ciento. Como decía un niño de once en los retiros: yo estoy llamado a botarlo todo. A darlo todo, al cien por ciento viviendo desde lo mejor de mí.
Mi invitación en esta primera eucaristía mía para ustedes sería: chicos, chicas, sean felices. No se dejen ganar por la tristeza. No se dejen ganar por la envidia, por el rencor. No se dejen ganar por los engaños que les pone el ambiente. Si no que por el contrario déjense ganar por la felicidad, el amor, el cariño, la ternura, la inocencia. Déjense ganar por el amor de Diosito en su corazón.
Y les diría a los que están animados para ser sacerdotes. Ánimo, no le tengan miedo, quizás sus compañeros les critiquen y se burlen de ustedes. Yo les diría que no se dejen vencer por lo que dicen o hacen los demás. Vean cómo esta vida es una vida feliz.